MARCUS RASHFORD, CALMA CON LA TEMPESTAD DEL DESIERTO

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Van der Sar; Gary Neville, Vidić, Ferdinand, Evra; Giggs, Scholes, Fletcher, Rooney, Ronaldo y Van Nistelrooy. ¿Asustados? Yo sí. Pasaron 11 años de aquel equipo. Histórico. Mítico. Un grande con tipos grandes. ¿Quién no sentiría terror al tener que sobrepasar a Ferdinand y Vidić? ¿Quién se atrevería a jugar sabiendo que había que parar a un delantero como el holandés, al portugués o al temible Wayne? Hay más. Como Peter Schmeichel, Roy Keane o Jaap Stam.

El Manchester United, el equipo más grande del mundo junto al Real Madrid (en cuanto a seguidores por todo el universo y a ingresos anuales), siempre ha tenido una plantilla a la altura de su categoría. Jugadores estelares en todas las posiciones que hacían soñar a los de Old Trafford con ganar todo lo posible.

Se es muy crítico con Louis van Gaal, como también se fue con David Moyes en el pasado, pero lo cierto es que uno coge las alineaciones del equipo en estos tiempos y más que temblar, las ganas son de llorar. Posiblemente De Gea y un nada acertado Rooney sean las únicas estrellas que engrosan hoy las filas de los Red Devils. Jugadores venidos a menos como Carrick o Schweinsteiger, otros con talento, pero nada hechos para estas lindes como Memphis, Martial, Schneiderlin o Ander Herrera.

Las lesiones están lastrando la temporada de un equipo cuya aspiración actual y real es la clasificación para la próxima Champions League. Parece que entonces, José Mourinho tomará los mandos de la nave. Y son los inagotables problemas físicos los que han provocado el surgimiento de la última estrella en ciernes para Old Trafford: Marcus Rashford.

18 años nada más. Dos partidos como profesional. 170 minutos, cuatro goles y una asistencia. Nada mal para un chico que el jueves, el día de su primera convocatoria, alertó a su madre de que ni se molestara en ver el partido. No iba a jugar. Una repentina lesión de Martial en el calentamiento le abrió las puertas y comenzó el sueño. En su primera pelota se le vio descaro. Bicicleta, cambio de ritmo y golpeo. ¡Uy!, gritó Old Trafford.

Comentarios humorísticos en las gradas y en los platós, porque casi marcaba en la primera que tuvo. En su segundo contacto con el balón ejecutó un taconazo que sorprendió hasta a sus propios compañeros, nada atentos a la rapidez de la ejecución de la jugada. Ojito al chico…

Ya en la segunda parte disipó las dudas. El 1-1 en el marcador, daba el pase al Midtjylland. Lo había intentado Memphis sin éxito; Mata, de todos los colores, incluso desde el punto de penalti; Ander Herrera fue el más insistente, sin suerte. Hasta Lingard, casi de rebote. Pero el balón no quería entrar más allá de un infortunio de un defensa danés, que había marcado en propia puerta.

Apareció entonces Marcus, llegando desde atrás, empatando la eliminatoria, dando alas a un equipo que no encontraba la tecla. Lo celebró con el primero que encontró en la grada. No pudo hacerlo con su madre… le había dicho que no iba a jugar. El siguiente balón que tocó en el área se convirtió en el 3-1. Remontada, pase a siguiente ronda. Balones al nuevo.

Van Gaal, empedernido en dar oportunidades a los más jóvenes (Müller, Xavi, Puyol, Seedorf, Davids, Kluivert, Overmars, Van der Sar, Alaba, Iniesta o Valdés debutaron con él), había tenido que tirar de Rashford casi por obligación. Era eso o poner de ariete al meta Sergio Romero, el único jugador del banquillo que no era de la cantera. Y claro, el chico, con un doblete en el zurrón y el ánimo por las nubes, tenía que jugar en liga ante el Arsenal. En esos dos días entre ambos partidos se conoció su historia.

Nacido en Manchester, crecido en Manchester y desarrollando su infancia en un club afiliado a los Red Devils, Marcus Rashford había rechazado varias veces al Manchester City en sus primeros años de fútbol por amor a los colores rojos del United. 

El domingo, en Old Trafford, parecía endeble entre las posiciones de Koscielny y Gabriel. Alto, espigado, muy delgado. Casi con sensación de romperse en cada balón dividido, en cada choque y en cada carga. Lo cierto es que su sueño no había hecho más que comenzar. En el minuto 29 adelantó a los de Van Gaal y, mientras todos escribían sobre su rápido gol tras su debut en Premier, él marcaba el segundo. Ahora sí, la ilusión y el sueño eran reales. Se vino arriba, difícil no hacerlo. Autopases imposibles, carreras mal medidas. Todo atrevimiento. Acabó lesionado. Más bien tocado, cargado, imagino. La exigencia de jugar dos partidos casi completos en tres días para un chico no profesional.

Mesura. Nos encantan estas mágicas historias y al final se acaba hinchando tanto el globo que no deja de subir y subir hasta nunca bajar. Eso, o que se pincha nada más salir. Eso lo saben bien en Manchester, ciudad que aún recuerda (y alguno aún espera) a Federico Macheda, a Nick Powell o a Ravel Morrison. Si Martial no se hubiera lesionado, este chico probablemente ni habría debutado. Ni siquiera es habitual con las categorías inferiores de Inglaterra.

Sea como fuere, estos tres días de Marcus Rashford ya dan para contar una pequeña historia. Agrandarla o no. Ya se verá. Él tendrá en su mano hacerlo. También Van Gaal. La suerte decidirá si, cuando vuelvan Rooney y compañía, Rashford sigue contando. Un par de goles más en la próxima cita y no importarán los casi 90 millones de la operación Martial, que nadie podrá sentar entonces a Marcus Rashford. O como ya le han bautizado muchos: Old Rashford. 

Postdata: Espero por el bien de todos que se le encuentre rápido un apodo mejor.

✍️ Diego García Argota

🗓️ (29/02/2016)

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Redacción Premier League

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