50 AÑOS DE HISTORIA RED: BOB PAISLEY

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En estos tiempos en los que los entrenadores parecen tener fecha de caducidad antes incluso de asumir el cargo, vale la pena recordar a uno de esos técnicos que marcaron una época: Bob Paisley. Porque, aunque cueste creerlo -sobre todo en días donde los managers caen como fichas de dominó-, existen entrenadores que trascienden el paso del tiempo y que, incluso después del retiro, siguen ganando valor.

Se me ocurren muchos nombres: Brian Clough, Don Revie, Jock Stein, Bill Struth… y un largo etcétera. Pero si tuviera que quedarme solo con dos, elegiría a los máximos referentes en los banquillos del Liverpool: Bill Shankly y Bob Paisley.

De Shankly he escrito y hablado en múltiples ocasiones. Hoy, en el vigésimo aniversario de su fallecimiento, quiero centrarme en Paisley. Porque Bob no solo merece un artículo: merece una enciclopedia entera por todo lo que le dio al fútbol en general y al Liverpool en particular.

De él se decía que era un hombre común que logró hazañas extraordinarias. Su gran rival en la época, Brian Clough, lo definió con precisión: “Ha roto ese estúpido mito de que los buenos chicos nunca ganan. Es uno de los mejores tipos que te puedes encontrar.”

Su relación con el Liverpool se extendió durante casi cincuenta años. Fue jugador, fisioterapeuta, entrenador, mánager y director. Lo sabía todo del club. Curiosamente, jamás quiso ser el entrenador del primer equipo. Se autodefinía como un “geordie modesto”. Huía de los focos, de la presión mediática y más aún tras ser criticado con dureza por “expertos” -y uso las comillas con intención- antes incluso de aceptar el puesto. Lo trituraron en la prensa antes de empezar. Sí, esto de matar entrenadores en los diarios no es algo nuevo.

Lo que aquellos periodistas no sabían -muchos de ellos incapaces de diferenciar un balón de una lavadora, aunque opinen como si dirigieran entrenamientos a diario- es que, entre 1974 y 1983, en solo nueve temporadas como entrenador, Bob Paisley llevaría al Liverpool a una cosecha monumental: seis títulos de liga (y dos subcampeonatos), tres Copas de Europa, una Copa de la UEFA, tres Copas de la Liga, cinco Charity Shields y una Supercopa de Europa.

En total, ¡diecinueve trofeos en nueve años! Un legado que muy pocos han igualado.

Para muchos, es el mejor entrenador en la historia del Liverpool. Y si todo lo anterior no alcanza para justificarlo, vale recordar un dato demoledor: Bob Paisley es el único técnico que ganó tres Copas de Europa con un mismo club. Solo Carlo Ancelotti logró igualar esa marca… pero con dos equipos distintos.

Paisley se retiró al finalizar la temporada 1982/83, tras 44 años ininterrumpidos de servicio al club. Nunca exigió aumentos de sueldo. Nunca se enredó en disputas contractuales. Ni siquiera firmaba contratos formales. Todo se basaba en la palabra, en la confianza, en otra manera de entender el fútbol.

En la temporada 1946/47, la primera completa tras la guerra, ayudó como jugador a conquistar el primer título de Liga del Liverpool… ¡en 24 años! Siempre dijo que todo lo que logró -como futbolista y como técnico- se lo debía a su padre, quien, decidido a que sus hijos no terminasen en la mina, gastó la mitad del sueldo semanal para comprarles unas botas. El Sunderland, al rechazarlo por ser “demasiado bajito”, sin querer le allanó el camino. Porque lejos de su tierra natal, lo esperaba su destino: Liverpool.

Después de colgar las botas, Bob Paisley siguió ligado al Liverpool como entrenador del segundo equipo y fisioterapeuta. Se decía que tenía un don: podía diagnosticar una lesión con solo mirar al jugador. Lo increíble es que jamás estudió medicina ni fisioterapia. Todo lo aprendió a través de la experiencia y de un instinto casi mágico. Su fama fue tal, que incluso personas ajenas al fútbol acudían a él en busca de ayuda. Su ojo clínico trascendió Anfield y se hizo conocido en todo el país.

Pero su mirada no era solo quirúrgica en lo físico. Tenía un talento único para descubrir futbolistas extraordinarios. Fue quien recomendó el fichaje de tres leyendas del Liverpool: ‘King’ Kenny Dalglish, Alan Hansen y Graeme Souness. Si se dice que un hombre se mide por sus amigos, un entrenador bien puede ser juzgado por sus fichajes. En el caso de Paisley, ese juicio le saldría siempre favorable. Su radar rara vez fallaba.

Es especialmente revelador el caso del fichaje de Kenny Dalglish. Cuando Kevin Keegan dejó el Liverpool, muchos creyeron que su sombra sería imposible de reemplazar. Pero Bob Paisley, con su habitual visión adelantada, ya tenía al sucesor en mente desde hacía meses. En cuanto cerraron el traspaso en Glasgow, le susurró a su presidente: “Vámonos de aquí antes de que se den cuenta de lo que hemos hecho”. Y no exageraba: pocas operaciones han sido tan rentables en la historia del fútbol como la llegada de ‘King’ Kenny a Anfield.

Lo que pocos conocen es que, tiempo después, cuando Keegan dejó el Hamburgo, Paisley volvió a tantearlo para que regresara al club. Su idea era formar una dupla con Dalglish y más tarde convertirlo en jugador-entrenador. Pero Kevin optó por el Southampton, y esa puerta quedó cerrada.

Paisley era también un patriota. Luchó por su país en la Segunda Guerra Mundial, y el destino quiso que su primera Copa de Europa, en Roma, llegara 33 años después de haber entrado en esa misma ciudad… al mando de un tanque británico. Hizo historia en el deporte y en la vida. Nunca pidió honores ni medallas. Jamás le dieron nada. Muchos, por muchísimo menos, ostentan el título de Sir. Él no lo necesitó.

Con Shankly nunca tuvo un solo roce. Siempre se sintió con la libertad de decirle lo que pensaba y siempre fue escuchado y respetado por el gran maestro. De él absorbió casi todo sobre cómo manejar un vestuario, aunque tuvo la personalidad suficiente como para no imitarlo ciegamente. A diferencia de Shankly, por ejemplo, no dudó en prescindir de jugadores cuando intuía que su ciclo había terminado. Esa fidelidad inquebrantable fue uno de los pocos errores que se le achacaron a Shankly, que a veces se negaba a cortar vínculos incluso cuando el rendimiento lo pedía. Para Paisley, saber cuándo vender a un futbolista porque dejaría de ser útil era un arte. Y una necesidad.

Decían los jugadores que Shankly era el motivador, el alma, mientras que Paisley era el cerebro táctico. Una combinación irrepetible en el banquillo.

Cuando Shankly anunció su retiro, la directiva ofreció de inmediato el puesto a Paisley. Pero él no lo quería. Incluso trató de convencer a Shankly de que se lo pensara mejor, de que no dejara el cargo. No hubo caso. Y Bob aceptó, a regañadientes. Llegó a confesar a algunos miembros de la plantilla que no creía durar mucho en el puesto. No sabía, claro, que acabaría siendo -para muchos- el mejor entrenador de la historia del fútbol.

Sabía que las comparaciones con Shankly serían inevitables, así que decidió no imitarlas ni evitarlas: simplemente hizo las cosas a su manera. Fiel a su idea desde el primer día, Bob Paisley no se desvió ni un milímetro durante todos sus años al frente del Liverpool.

En su primera temporada terminó segundo, por detrás del Derby County. Contra todo pronóstico -y pese a las dudas de la prensa-, la directiva le ofreció un contrato a largo plazo. Fue entonces cuando entendió, por fin, que estaba capacitado para dirigir a un gigante como el Liverpool. Ese contrato, además, tenía una particularidad: era el primero que firmaba con el club. Porque sí, entre 1954 y 1975, Paisley había trabajado en el Liverpool sin firmar un solo papel.

Siempre sostuvo que no necesitaba un contrato para cumplir con su deber. Pero esta vez consideró necesario firmarlo: no por él, sino para enviar un mensaje claro. Era su forma de decirle al mundo que asumía el cargo con todas las letras, y disipar cualquier duda o rumor sobre su compromiso como primer entrenador del Liverpool.

Comenzaba así una historia irrepetible desde un banquillo. En su segunda temporada al frente del equipo, Bob Paisley lograría el ‘doblete’: Liga y Copa de la UEFA. Ese curso memorable le valdría además el premio al mejor entrenador de la liga. Al finalizar la temporada, firmó un nuevo contrato, esta vez por siete años. Fiel a su estilo humilde, soltó una de sus frases más recordadas: “Es halagador que te hagan un contrato de siete días… no digamos de siete años”. El importe total: 105.000 libras. Pero el verdadero valor estaba, como siempre, en su compromiso.

En Liverpool también se le recuerda como uno de los fundadores del mítico ‘Boot Room’, ese pequeño cuartito en Anfield convertido en cerebro colectivo del club. Lo formó junto a mentes brillantes como Joe Fagan, Reuben Bennett, Ronnie Moran, Tom Saunders, John Bennison, Geoff Twentyman y, más adelante, Roy Evans. El flujo de ideas, teorías y discusiones futbolísticas que salía de aquel lugar equivalía a un doctorado en táctica, estrategia y gestión de vestuario. Su impacto fue incalculable para el éxito sostenido del Liverpool durante décadas.

Es común escuchar que Bill Shankly fue parte activa del ‘Boot Room’, pero no es del todo exacto. Si bien fue él quien impulsó su existencia e incluso lo popularizó al invitar a otros entrenadores a pasarse tras los partidos -para comentar el juego, ganaran o perdieran, mientras tomaban algo-, solía mantenerse al margen durante los análisis. Tal vez porque entendía que su sola presencia condicionaba los intercambios. El ‘Boot Room’ fue, en esencia, el laboratorio de Paisley y su equipo técnico. Un santuario sagrado para la sabiduría futbolística.

Elton John, en su primera visita a Liverpool como presidente del Watford, fue invitado al legendario ‘Boot Room’ por Bill Shankly. Años después, recordaría ese momento como uno de los más tensos de su vida: “He tocado en directo delante de miles de personas, pero estaba mucho más nervioso al entrar en este santuario del fútbol”. Y no era para menos. Apenas cruzó la puerta, pidió un “pink gin”, a lo que Shankly respondió con sequedad: “Lo siento, pero aquí se toma Guinness, cerveza negra o whisky escocés”. Elton se tuvo que conformar con una pinta de cerveza. Bienvenido al mundo real.

Está claro que no todos los entrenadores lograrán los éxitos de Bob Paisley, ni de cerca. Pero si los propietarios de los clubes no confían en los técnicos que ellos mismos han elegido, es imposible siquiera soñar con alcanzar el diez por ciento de lo que consiguió este maestro de los banquillos. Paisley enseñó que la estabilidad, la confianza y la coherencia son claves para construir grandeza. Hoy día, ¿quién puede imaginar a un presidente haciendo con un entrenador lo que la directiva del Liverpool hizo con él? Es casi ciencia ficción.

Los tiempos han cambiado, y en muchos sentidos, para peor. Como decía Tommy Docherty, ‘The Doc’: “Entrenar estos días es como una guerra nuclear. No hay ganadores, sólo supervivientes”. Pero Bob Paisley fue una excepción. Fue la prueba viviente de que, con respaldo y trabajo silencioso, se pueden ganar todas las batallas.

Han pasado veinte años desde su partida, pero su legado sigue más vivo que nunca. Yo tengo el honor de recordarlo con estas líneas. Y el fútbol, con una reverencia silenciosa, lo sigue recordando como lo que fue: un genio humilde que cambió la historia desde las sombras de Anfield.

✍️ Raúl Sánchez

💻 Juani Guillem

🗓️ (14/02/2016)

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