242 VECES REY DE REYES

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El Celtic inicia su andadura en la Champions en uno de los templos más frecuentados por los escoceses en los últimos años: el Camp Nou. Allí, Henrik Larsson, leyenda verdiblanca, se consagró como uno de los mejores delanteros de la historia, tras anotar 242 goles con la camiseta del Celtic. Nadie mejor que el sueco para anticipar este esperado duelo.

-“Papá, quiero esa camiseta, porfa, porfa, porfa.”

-“¿Esa? ¡Ni loco, vamos!”

Se me vino el mundo abajo. Era 2001, tenía 10 años, y en una tarde-noche veraniega, sin saber cómo, nació mi pasión por coleccionar camisetas de fútbol de diferentes equipos y países.

Habíamos entrado en una típica tienda de souvenirs, llena de réplicas de los equipos más laureados. Mis ojos se fijaron en una: una camiseta rayada, en verde y blanco, con el número 7 de Larsson a la espalda. Me quedé fascinado.

Pero mi padre fue firme en su negativa. Continué buscando otras opciones. Me gustaba mucho la de Vieri, que había sido un ídolo para los hinchas del Atleti. Pero al fondo, en la última percha, estaba la neroazzurra de Crespo, que me sacó una pequeña sonrisa. Con el “9” en la espalda, Hernán Crespo, del Inter de Milán, marcó el inicio de una colección que hoy cuenta con casi 50 réplicas.

A Crespo ya lo conocía, y siempre me pareció uno de los mejores rematadores de su época. Vieri tenía ese toque romántico, el Pichichi con el Atleti, un jugador imponente, y en el Inter, que por esos años me atraía bastante, solo por detrás de la Fiorentina, a la que acababa de dejar Batistuta. Pero Larsson… Larsson era otro tema. No sabía nada de él. Lo único que recordaba eran los turistas, esos guiris en la playa, paseando por el paseo marítimo con su camiseta. No era difícil ver camisetas del Real Madrid, Barcelona, Milan, Manchester o Liverpool, pero si alguien se cruzaba con una del Celtic, en el reverso siempre estaba Larsson.

Pronto descubrí que era una especie de Dios en Escocia para unos, mientras que para otros, los de azul, era el enemigo número uno. Ahí entendí que Celtic y Rangers mantenían una relación especial, tan llena de odio como de necesidad mutua. Empecé a investigar más sobre él, y Larsson me fue ganando, lo reconozco. Algo de su físico, algo en su presencia me atraía. Pero lo que realmente me sorprendió fue cuando leí que había marcado 53 goles en 50 partidos en su última temporada. Me quedé flipado. Quería su camiseta. Y me preguntaba, ¿qué habría hecho para convencer a mi padre?

A ritmo de ‘Complicated’ de Avril Lavigne, la canción que acompañó tantas horas de FIFA 2003, me veía siempre con Larsson en mi Atleti, formando un tridente temible junto a Torres y Correa. Me dolía por Movilla, claro, porque Larsson le quitaba el ‘7’ y él se veía relegado al ’16’. Recuerdo cómo, cada vez que marcaba, se tiraba de rodillas en una celebración épica en el videojuego, y acababa las temporadas con una cifra brutal de goles. Nunca quise ver con más ansia a un jugador en el Atleti.

Y así, verano tras verano, esperaba con ansias la entrada a esas tiendas llenas de camisetas, en las que siempre encontraba la de Henrik Larsson. Ya fuera la primera a la vista, escondida en alguna esquina, o hecha un burruño bajo una montaña de camisetas desordenadas. Para mí, eso era como para los niños normales entrar a la tienda de chuches. Pero mi padre nunca cedía. No lo entendía. Totti, Nesta… ninguno me convencía. Lo intenté una vez más.

“Papá… Quiero la de Larsson”, le supliqué, ya sabiendo cuál sería la respuesta. “¡Que te he dicho que no!”, contestó, algo harto. Fue entonces cuando me lo explicó. En 1974, el Atleti y el Celtic se jugaron algo más que un puesto en la final de la Copa de Europa en dos partidos que quedarán grabados en la historia. Ayala, Reina, Gárate y compañía se dieron de lo lindo durante los 180 minutos. Lo peor ocurrió en Escocia, donde se desató una batalla entre hooligans y la policía, arremetiendo contra jugadores y seguidores del Atleti, que eran una clara minoría y estaban desprotegidos. Sinceramente, no lo entendí. Había pasado mucho tiempo y yo no lo había vivido. Además, ni Larsson ni yo teníamos la culpa de aquello. ¿Qué demonios importaba un partido de hacía 30 años?

Hoy lo comprendo. Y me apena que el sueco se hiciera uno de los mejores delanteros del mundo en el segundo peor rival de mi equipo. A pesar de todo, le seguí de cerca. Y cuanto más le veía, más me gustaba, más me dolía. Más sabía que nunca le vería con la rojiblanca.

Sus goles en plancha, sus cabalgadas interminables, su oportunismo para aprovechar los rechazos, su instinto goleador. Pero sobre todo, su trabajo. Su carácter. Con 33 años, su determinación le permitió ser fichado por el FC Barcelona. Superó un año en blanco por una rotura de ligamentos y, a los 34, consiguió más minutos de los que nadie habría imaginado en un equipo donde Giuly, Eto’o y Ronaldinho brillaban con luz propia, mientras Iniesta y Messi daban sus primeros pasos.

Su capacidad para dejar atrás la edad le permitió anotar 15 goles en 42 partidos -repito, con 34 años y jugando en muchos casos como suplente- y ser crucial en aquella histórica final de Champions League que cambió el rumbo del que hoy es el mejor equipo del mundo. Salir unos minutos y dar dos asistencias de gol está al alcance de muy pocos.

Se forjó como delantero en Holanda, ese país que no deja de producir artilleros y más artilleros. Triunfó en Escocia. Dejó anonadados a todos en Barcelona, y luego volvió a Suecia para retirarse. Hasta que Sir Alex Ferguson le llamó. Y claro, a uno de los mejores entrenadores de la historia no se le puede decir que no. Cuestión de cortesía. Con 35 años, hizo las maletas y se fue para ayudar a los Red Devils a ganar la Premier League en apenas 10 semanas.

Y es que, pese a haber elegido a Crespo, Larsson acabó como Bota de Oro, seguido por el argentino un par de años después. Un dato que desconocía y que descubrí recientemente, lo que me hizo recordar mi infancia. Bota de Oro, Medalla al Honor como Caballero del Imperio Británico, 11 ideal de la Eurocopa 2004 y un sinfín de premios después de 20 años. Larsson colgó las botas y cogió la libreta de entrenador. Si es la mitad de bueno de lo que fue dentro del terreno de juego, acabará haciendo carrera.

Recuerdo que un día, por solo unos segundos, se me pasó por la cabeza que quería la camiseta de Juninho, aquel menudo brasileño que había jugado en el Atlético de Madrid y que, por aquellos entonces, vestía el verde y blanco del Celtic, recogiendo además el número ‘7’ de Larsson. Menos mal que no llegué a comentarlo.

✍️ Diego García Argota

💻 Juani Guillem

🗓️ (12/09/2016)

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Redacción Escocia

Entre gaitas y kilts a cuadros, nos abrimos paso para contar la actualidad e historia del fútbol escocés.

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