Con un impacto tremendo en el Tottenham hace un lustro, las lesiones frenaron la carrera de un jugador que prometía dominar la medular de la Premier League por años. Luego pasó sin pena ni gloria por QPR y WBA. Hoy milita en el Genoa, tras un paso por el Benevento, aquella entrañable cenicienta del fútbol italiano.
Era mayo de 2011. Una de las últimas jornadas de la Premier League. El Manchester United ya tenía el título asegurado, y su eterno rival, el Manchester City, seguía reforzándose a golpe de talonario con la vista puesta en la próxima temporada. Ese día recibieron al Tottenham de Gareth Bale y Luka Modrić, pero el impacto lo generó otro.
Cuando el partido terminó (1-0 para los Citizens), Roberto Mancini se acercó al jugador que había frustrado casi todos sus ataques. Aquel joven de apenas 22 años, una mole de casi 1,90 metros, 90 kilos de músculo y un físico imponente, había convertido el partido en un infierno para los locales. El técnico italiano le hizo una oferta verbal: que se uniera al Manchester City para, juntos, dominar la Premier League durante una década. “Yo quiero ser campeón con el Tottenham”, respondió el brasileño.
Sandro no era un desconocido en el fútbol sudamericano. Compartió vestuario con Neymar y Marcelo, pero fue él quien llevó el brazalete de capitán de la verdeamarelha. Campeón de la Copa Libertadores y la Sudamericana con el Inter de Porto Alegre, también lideró a la selección Sub-20 que ganó el Sudamericano en 2009. Incluso fue incluido entre los reservas de Brasil para el Mundial 2010. Su llegada a Europa no pasó desapercibida. Pronto lo vincularon con los gigantes de la Premier, aunque siempre expresó su deseo de seguir en los Spurs.
Era un pivote defensivo de élite. Su fútbol se construía desde un poderío físico inigualable, que le permitía dominar la medular de área a área. Su zancada larga era una ventaja tanto para recuperar como para iniciar transiciones. Técnicamente no era un prodigio, pero sí efectivo: simple, preciso y seguro en la salida. Por arriba, prácticamente inabordable.
Sin embargo, su mejor versión no duró demasiado. En su segunda temporada en Inglaterra aparecieron los primeros problemas de menisco. Las molestias lo dejaron fuera varios meses. Afortunadamente, tras una operación para limpiar la zona afectada, recuperó su nivel. Disfrutó de un año completo sin contratiempos, y volvió a volar en el césped del viejo White Hart Lane.
No fue así, y Sandro nunca volvió a rozar ni el 50% de su mejor versión con los Hoops. La temporada distó mucho de ser idílica: en noviembre recayó de su lesión en la rodilla. Lo que en principio parecía una baja de apenas 30 días acabó convirtiéndose en una pesadilla de cuatro meses, dejando a un QPR huérfano de músculo en el centro del campo y desesperadamente necesitado de puntos en una campaña que culminaría con el descenso.
Reapareció en febrero, pero en abril volvió a romperse. No regresó a los terrenos de juego hasta octubre. A esas alturas, ya era evidente: Sandro se había convertido en un jugador de cristal, un problema en nómina. Su salario seguía reflejando lo que alguna vez fue -y lo que tal vez pudo haber sido sin las lesiones-, pero ya no respondía en la cancha. Su agente insistía en moverle por el ecosistema Premier, pero él mismo ni contemplaba jugar en Championship.
El gran escollo era uno: nadie quería firmar a un jugador con historial médico tan delicado. Varios clubes mostraron interés, pero uno tras otro se echaban atrás tras el reconocimiento médico. Mientras tanto, el QPR -que había comenzado a recortar salarios tras el descenso- veía en Sandro un lujo insostenible.
Finalmente, en enero, se abrió una puerta: el WBA lo incorporó en calidad de cedido. Volvía así a la Premier League, aunque ya no como promesa dominante, sino como una apuesta arriesgada más que obligada.
No hizo historia con los Baggies. En uno de los peores equipos de la categoría, ni siquiera logró consolidarse como titular indiscutible. Su entorno, y él mismo, entendieron finalmente que su listón había descendido considerablemente. Por eso, Sandro aceptó quedarse en el QPR y jugar en Championship durante la temporada 2016/17. Sin embargo, una nueva lesión de rodilla lo azotó una vez más: estuvo fuera de los campos desde agosto hasta noviembre.
En enero, el fútbol turco llamó a su puerta. El QPR, deseoso de liberar a un jugador que se había vuelto prácticamente residual, no dudó. Sandro hizo las maletas rumbo al Antalyaspor. Su aventura en Turquía, sin embargo, fue un auténtico drama. De las 17 jornadas disputadas, estuvo fuera de la convocatoria en 13 por lesión. Participó en apenas tres partidos, y en el último de ellos fue expulsado. Recibió una sanción de dos encuentros y volvió al ostracismo.
En 2018, intentó reinventarse en el fútbol italiano. Sandro quería volver a sentirse futbolista. Pero para él, ya era demasiado tarde. Si su carrera no hubiera estado tan marcada por las lesiones, a sus 29 años estaría viviendo la plenitud: ese punto dulce donde el cuerpo alcanza su pico físico y la experiencia permite explotar al máximo las virtudes. Pero no fue así. Sandro se convirtió en una estrella fugaz de la Premier League. Un digno -y dolorosamente simbólico- miembro del ‘Club de los Olvidados’.
🗓️ (15/10/2018)

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